El otro día escuchaba una charla sobre ética periodística. Sobre los lugares comunes del “periodismo responsable” y cantaletas de ese tipo, se alzó la palabra lúcida Nelson Reascos. Un pensador rara avis que no busca protagonismo, no se ha vendido al poder por un plato de lentejas y mantiene la vista sin los anteojos distorsionadores que, el mismo Marx decía, es la ideología.
Reascos planteaba preguntas centrales al hablar de ética:
¿Hay una sola? Y, ¿quién decide los
valores centrales de esa ética? La conclusión era imposible de controvertir:
los valores éticos los determina el poder. Esto es clave, al momento de hablar
de ética periodística y más aún cuando el discurso proviene de quienes tienen la
sartén por el mango. Según esta visión de las cosas, muchos de los valores
éticos que se intentan vender como centrales al periodismo son en realidad
sogas con las que se intenta atar una actividad que debe ser esencialmente
cuestionadora, crítica, irreverente. Libre.
Discípulo de Arturo Andrés Roig, uno de los filósofos
principales de nuestra América, Reascos planteaba que la periodística tenía que
ver más con una ética de la protesta que con aquella orwelliana de las “verdades
aceptables” y “responsables”. Debemos recordar que justamente uno de los textos
más interesantes de Roig se llama “Ética del poder y moralidad de la protesta”
y el planteamiento se puede resumir así: frente a lo opresivo de una ética
“objetiva” hay que plantar cara con una moralidad “subjetiva” y por lo tanto
múltiple y libre.
Uno se puede preguntar, ¿pero hay valores sólidos e
inamovibles o todo es relativo y líquido? La respuesta es: la vida es el único
valor sólido y real. Bajo esa perspectiva, todo lo que atente contra la vida no
es aceptable. Y viceversa.
La ética del poder casi siempre es opresiva y mortífera.
Termina, por asesinar lo que toca. Tomemos como ejemplo, lo que hace el
Secretario de Comunicación de este Gobierno y su aparato de propaganda. ¿Qué
sucede cuando se declaran poseedores y guardianes de una verdad absoluta que es
la verdad oficial? Pues, están matando la posibilidad de que existan otras
verdades y por lo tanto castrando la posibilidad de un genuino debate
democrático. ¿Qué cabe frente a eso? Obviamente, la irreverencia, la protesta,
el desacato. Mirar a los ojos del Rey directamente, aunque eso sea considerado
una ofensa gravísima.
El periodismo actual debe ser irreverente o no existe. Y
además, debe considerarlo como su imperativo ético central. Es la única forma
de salvaguardar la vida, aunque al poder no les guste. Hoy en día ser
irreverente puede ser simplemente informar sobre un derrame petrolero, la lucha
por el agua de las comunidades indígenas, el gran fiasco del aeropuerto de
Tababela, develar la corrupción oculta, denunciar la masacre -negada por el
poder- de pueblos no contactados…
Irreverente es lo que hace, para poner un ejemplo, Jorge
Lanata. Porque, además, es legítimo llamar hijos de puta a quienes aparte de
robarse las instituciones democráticas gritan a los otros “¡golpistas!” para
llevarse cómodamente el botín.
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